Una de las conquistas sociales más importantes y que mejores resultados ha ofrecido a las sociedades modernas fue el considerar al individuo por sus méritos y no por sus apellidos. El privilegio del talento se oponía al tradicional privilegio de familia. La propia capacidad, el trabajo duro y el mérito podían cambiar la vida de un individuo y de su familia. La educación dejaba, muy poco a poco, de ser algo que sólo disfrutaban los privilegiados y, además, permitía el ascenso social.
No hace tanto tiempo, en la generación de mis padres, en una España todavía agraria, el hijo de un campesino, sólo con su esfuerzo, podía llegar a la universidad y terminar sus estudios de ingeniería, derecho o medicina. Y fueron muchos los que con muy pocos medios y después de muchas horas de estudio consiguieron no sólo terminar su licenciatura, ingeniería o título universitario sino cambiar el más que probable futuro que el destino les tenía preparado como una generación más.
Ya en mis años las cosas fueron más sencillas. Como hijo del “Baby Boom” de los años 60 la educación, casi, era un derecho por el que no tuvimos que luchar. Íbamos al colegio, compartiendo el aula con más de cuarenta compañeros, y en casa se nos recordaba que nuestra obligación era estudiar y que el esfuerzo nos haría mejores. Lo que nos dijese o mandase nuestro maestro, en los primeros años de la EGB, y los distintos profesores en BUP y COU no admitía discusión alguna. Ellos siempre tenían la razón (al menos en mi casa y en la de mis amigos), y eso de suspender podía suceder, era como un accidente, pero si llegaba a ser costumbre, además de una fuerte reprimenda, ¡te obligaban a repetir curso! Y repetir curso no sólo te alejaba de tus amigos, en el día a día, sino que enrojecía tus mejillas los primeros días (porque no dejabas de ser un niño) del repetido año.…
Y, no voy a decir que mayoritariamente pero en buen número, con más o menos medios y esfuerzo, y después de las temidas pruebas de selectividad, llegabas a la universidad donde todo volvía a empezar.
El tiempo siguió su paso y nuevas reformas educativas llegaron “empoderadas” por nuevas corrientes pedagógicas. Denostamos, por ejemplo, la memoria que hacia repetir (en alta voz) la lección y dulcificamos el esfuerzo. Las normas de conducta y convivencia en los centros educativos se relajaron. La figura del profesor se aproximó a la de los estudiantes y los temarios y asignaturas cambiaron sus contenidos en función de las coordenadas y espacio geográfico en donde se impartían. La política se quedó en las aulas y desde entonces hasta aquí y ahora.
No hace demasiado se conocieron los datos del Informe trianual PISA en los que España no queda en muy buen lugar ya que por cuarta vez consecutiva, y después de las ediciones de los años 2000, 2003, 2006 y 2009, nuestro resultado global está por debajo del promedio de los 34 países miembros de la OCDE en las tres áreas objeto de estudio: en matemáticas ocupamos el puesto 25º, en lectura el 23ª y en ciencias 21º.
Si analizamos con detalle los dos volúmenes que recogen los resultados del PISA, Programme for International Student Assessment, 2013 para España (y que tienen a su disposición en http://www.mecd.gob.es/inee/estudios/pisa.html.) pueden leer, y solamente citaré dos ejemplos para evitarles un rosario de puntuaciones, porcentajes y posiciones relativas, que el 25%, es decir uno de cada cuatro, de nuestros estudiantes de 15 años se encuentran en los niveles 1 y
El propio documento, en las conclusiones generales del volumen primero, afirma que “España sigue situada significativamente por debajo del promedio de la OCDE” y que “en matemáticas la mayor diferencia entre comunidades es de 55 puntos que equivale a más de un curso escolar”.
Una discretísima, por no decir malísima, posición incluso habiendo incrementado un 35% más la partida de educación. Es decir, gastamos (que no invertimos) más de nuestros impuestos y conseguimos similares resultados conjuntos, ya que se ofrecen desagregados por comunidad autónoma, a los obtenidos hace nada menos que trece años antes.
Lo que nos enseña, vergonzosamente, el informe es lo que ya sabíamos y es que dentro de España se continúa abriendo una brecha entre territorios. Lugares como Navarra, Castilla y León, Madrid y Asturias consiguen mejores puntuaciones que Murcia, Extremadura, Andalucía o Canarias.
¿Cómo es esto posible?, ¿Por qué no se han acometido reformas que acorten estas diferencias si tenemos identificados los territorios donde se consiguen puntuaciones similares a las mejores obtenidas por países situados a la cabeza del informe PISA, de años anteriores, como Finlandia o Suiza? ¿Cómo podemos explicar ante terceros que después de más de una década todo sigue igual aquí y cada vez más alejados de países como China, Japón, Corea del Sur, Singapur o Suiza?
Es un disparate y un suicidio social tardar más de trece años en acometer reformas de esta envergadura, en el supuesto que estas preguntas que comparto con ustedes también se las hayan hecho los responsables educativos de nuestro país y estén planificando, ya, tanto su puesta en marcha como su medición continua, en las que se tenga por norte el bien objetivo de nuestros hijos y no los objetivos políticos y rentabilidades de voto cortoplacistas.
En un mundo cada vez más pequeño, “small world”, interconectado e interdependiente en donde el I+D+I es el motor de la economía en países desarrollados y en donde la velocidad en la innovación comienza a ser exponencial en lugar de lineal, trece años es un abismo, un mundo entero entre ellos (los demás y especialmente Asia) y nosotros.
Incluso aceptando las voces que nos advierten que el informe PISA es discutible porque su sistema de evaluación no tiene en cuenta la heterogeneidad de los países estudiados y que analizando, solamente, tres competencias no se puede determinar el nivel educativo del país en cuestión, no podemos permitirnos otro momento más de autismo histórico que nos relegue a una posición cada vez más alejada de los mejores.
En el mundo de hoy, y mucho más en el que se dibuja como futuro posible, no hay lugar para el cambalache, la autocomplacencia, la laxitud moral, el “atajo” y la trampa. Sólo hay una fórmula para la excelencia y en esa ecuación los términos se llaman trabajo, exigencia y rigor, pongamos en ella un poco de ambición y de ganas de hacer más con menos.
Lo hemos hecho muchas veces en nuestra historia. Las más de ellas porque nos vimos obligados. Que no sean las circunstancias las que nos obliguen. Lideremos con determinación el cambio de rumbo necesario. No olviden que la responsabilidad no se delega, que somos responsables cada uno de nosotros de nuestro futuro colectivo y que lo que no se mide no existe.
Artículo realizado por Javier Espina Hellín CEO QLC SLP