Uno de los mejores: el valor de la innovación, el talento y amor por lo que se hace.

Cuando, hace unos años, estaba preparando un artículo que iba a aparecer en el número de ese mes de una revista académica, un aviso en la esquina inferior derecha en la pantalla, sobre la que estaba trabajando, me anunció la muerte de Steve Jobs. Apenas tenía escritas una docena de líneas.

Fue un momento que aunque esperado, por el evidente deterioro físico que mostraba en su última aparición en público, recuerdo todavía, que me impactó fuertemente. De hecho, minimicé la ventana en la que estaba escribiendo para leer con detalle la noticia que me acababa de “entrar”.

Sólo después de haberla leído y del momento siguiente al de reflexión personal y de sentida condolencia, a su familia y al extenso equipo de colaboradores de sus diferentes compañías, por la por la definitiva pérdida de “uno de los mejores” era consciente de hasta qué punto la vida de Steve Jobs ha influido en la de otros muchos millones de nosotros, urbanitas del mundo desarrollado.

Sin saberlo, en muchos casos, participamos del hecho cotidiano de la blanca apariencia de una hoja electrónica sobre la que escribimos, dicho sea de paso, aporreando un teclado muy similar al que usaban nuestros abuelos en sus máquinas de escribir, con bonitos y proporcionados caracteres negros de cuidada grafía, escuchamos una de las 40.000 canciones que llevamos en un dispositivo de pocos gramos en nuestro bolsillo, y que además es cámara, despertador, PC donde ver nuestros correos electrónicos, cuentas de redes sociales o vemos aquella película que no tuvimos ocasión de hacerlo en la pantalla grande del cine donde fue estrenada y que acabamos de comprar, on line, en i-tunes.

Todos ellos fueron en su origen una imagen, una idea, un sueño que, teniendo a cada uno de nosotros como centro en su posterior desarrollo (el usuario primero), se han convertido en una compleja, elegante y minimalista realidad que, incluso concentrando la tecnología más innovadora en su interior, son de uso intuitivo y fácil acceso. Algo nada sencillo de conseguir y que nadie antes supo hacer como él.

Algunos dicen que Steve Jobs no fue un inventor sino un reinventor. Cuando su primer Machintosh salió al mercado ya había ordenadores, cuando lanzó sus “ipod” ya había dispositivos MP3 o cuando revolucionó la telefonía móvil con el primer “iphone” todos ya teníamos nuestro segundo, tercero o quinto teléfono móvil “inteligente” o de última generación. Todos sus dispositivos han hecho evolucionar e incluso cambiar, radicalmente, cada uno de los mercados en los que han competido. Una revolución en la que se conjugan la excelencia en rendimiento, la fiabilidad y consistencia técnica con un diseño elegante que añade al plástico, habitual, el aluminio y el acero inoxidable.

Pero, quizás, lo que resaltaría de una figura como la del fundador de Aple, Pixar o NeXT es su propia biografía y su personal manera de entender la vida. Apasionada, directa, extrema y comprometida. Tan intensa que muchos de los que trabajaron junto a él sentían que no podían estar a su altura, que no podían seguirle en una continua carrera de fondo. Exigía lo que él daba y en la misma medida. Era capar de llamar a uno de los suyos en plena noche, en domingo o en vacaciones, para comentar un simple detalle de diseño, una nueva idea a desarrollar o pedir más información sobre un tema, que salvo él, consideraban como menor.

La claridad y concisión respecto al camino vital a seguir, la entrega incondicional a la búsqueda de aquello que se persigue sin demora, sin excusas y sin dejarse influenciar por la presión del entorno, abruma.

El discurso que el difunto Steve Jobs protagonizó en Standford University, aglutina en tan sólo 14 minutos todo lo que acabo de comentar. Cuando lo escuchas sobran las palabras.

Probablemente, es uno de los más lúcidos, emocionante y directo de cuantos he podido escuchar.

Es brillante. Está lleno de mensajes, cuajado de consistentes frases y de impactantes conclusiones personales nacidas de su propia experiencia vital. Extractan lo esencial apartándose de cualquier convencionalismo y sin buscar un adorno fácil, un apoyo ideológico, político o religioso o la simple edulcoración de bonitas palabras. Es escueto, simple y auténtico. A veces, puntual y brutalmente auténtico.

Diferente, incluso, en la construcción dialéctica. Se apoya en tres historias que discurren desde su propia génesis hasta una muerte prematuramente anunciada y que en ese momento, 2005, creyó superada. Que alterna el humor con el drama, el brillo del éxito con las sombras y el abismo del fracaso. Una dualidad tan antigua como repetida y tan ligada que no se explicarían la una sin la otra.

Sin embargo, sus palabras rebosan esperanza, ánimo, confianza en uno mismo y amor a aquello en lo que vas a invertir gran parte de tu vida. Amor, innovación y determinación en la toma de decisiones son factores determinantes en la ecuación de vida que nos propone Steve Jobs, sin olvidar que uno de sus términos limitantes es saberse mortal, porque ante la muerte “no hay nada más importante que puedas perder”, pero que él mismo define como decisivo y motor de cambio.

Una de las principales características que hacen notar aquellos que le pudieron conocer en persona, además de los rasgos comentados de talento, visión de futuro o capacidad de trabajo, era su profunda humildad. Una virtud que redondeaba el carisma que sólo tienen los más grandes.

Sin ninguna duda, nuestro entorno tecnológico actual sería completamente diferente sin la decisiva contribución del fundador de Apple. Una tecnología fácil que ha permitido a millones de personas “no tecnólogas” acceder a un mundo al que de otra manera no hubieran tenido acceso. Nadie como él supo antes conectar dos mundos tan diferentes. El mundo digital y de las comunicaciones con el mundo del gran consumo. Sus productos han sabido conquistar, cautivar y retener a consumidores de todo el mundo. Supo encontrar un denominador común y crear un espíritu propio y global. Una conexión emocional con el producto Apple. Un estilo de vida. Diferente, elegante e incluso utópico.

Pero también era un ambicioso hombre de empresa. Un hijo de su tiempo con un éxito empresarial innegable en la cuna del capitalismo. Llevó las acciones de su compañía de los 10 dólares a más de 400 dólares. Los títulos han experimentado un crecimiento del 11.300% desde 1997, dos terceras partes de sus ingresos se generan fuera de su mercado doméstico y, en lo que llevamos de 2011, la compañía acumula una revalorización del 15%. El mundo de las finanzas le reconoce, como uno de sus principales logros financieros, la propia refundación y salvación de la compañía de la manzana hasta llevarla a un valor superior al billón de dólares. Este agosto superaba a Exxon Mobil como la compañía más valiosa de Estados Unidos. Según las últimas estimaciones tiene más de 50.000 millones de dólares en tesorería.

Sea como fuere, si eres empresario, emprendedor, estudiante o simplemente "persona" nada mejor que tener la oportunidad de ver a Steve Jobs en alguna de sus presentaciones de producto, en el famoso discurso de Stanford al que he hecho referencia en estas líneas o leer alguna de las entrevistas que le hicieron. Son una bocanada de aire fresco, optimismo y pasión por todo por lo que merece la pena seguir vivo.

Que lo disfruteis...

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Por Javier Espina Hellín, CEO de Qualitas Lex Consulting SLP