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Concentración de riqueza y creciente desigualdad: insoportable tensión social y estado de colapso


Casi en Navidad, me viene el recuerdo de uno de mis últimos viajes al siempre querido México, a Teotihuacan y sus pirámides. “El lugar de los poseedores de los dioses”, según traducción del náhuatl.


Una ciudad que ocupa 21 km2 , que contiene un conjunto de monumentos arqueológicos impresionantes, situada a unos 40 km. de México DF y que desde finales de los años 80 está considerado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.


Pero lo que llamó mi atención, además de sus dimensiones (contiene la tercera pirámide más grande del mundo y su apabullante belleza arqueológica), es que “Teotihuacan” habiendo sido el centro urbano con mayor densidad poblacional durante su periodo de esplendor precolombino en Mesoamérica, de pronto, la ciudad quedó completamente abandonada y toda su cultura, su compleja escritura, sus conocimientos astronómicos se perdieron. Todos los esfuerzos y logros de generaciones se desvanecieron en el tiempo…


Sabemos que fenómenos meteorológicos tan actuales como “el niño” y “la niña” marcaron profundamente su presente. Los periodos de sequía y lluvias se sucedían y los “chamanes” se esforzaban por encontrar un ciclo adivinatorio que les ayudase a prever siembras y cosechas. Volúmenes de grano y control de excedentes. En definitiva, ser capaces de mantener un nivel de población en continuo crecimiento y atender sus necesidades crecientes porque su verdadero tesoro era la obsidiana. Un vidrio volcánico con una composición similar al granito, de color negro, verde muy oscuro e incluso rojo. Su propiedad más apreciada, en el pasado, era su precisión para el corte y la perforación.


Por el comercio de la obsidiana, y a sus pingües beneficios, surgió una élite de ricos comerciantes que, desde la Ciudadela, gobernaban la ciudad y controlaban al resto de una población compuesta por una ingente mano de obra, muy barata, que, por efecto de la migración desde el interior, no dejaba de llegar a este próspero centro urbano…


Una historia que, hasta este punto, por repetida, nos resulta mucho más que familiar.


Si cambiamos la obsidiana por el carbón, el petróleo, el oro, el caucho o cualquier otra materia prima apreciada, en determinado momento histórico, y relativamente escasa (aunque con volúmenes de extracción estables) podríamos cambiar el nombre de la ciudad mexicana por otro cualquiera en ese mismo continente o en otro y, los guarismos de su fecha por otros de la historia contemporánea, moderna o antigua.  


Sólo resta un factor adicional: el canje de vidas por prosperidad o riqueza (buenas cosechas) y la creencia en unos dioses “contables” que a cambio de un apunte en su “haber” exigían un “debe” de juventud, sangre y pureza.


Una práctica común en ese tiempo y de enorme crueldad, visto desde nuestra perspectiva histórica de sociedad postmoderna desarrollada.


La avenida principal de la ciudad o “la Calzada de los Muertos” es donde se sucedían todo tipo de ceremonias y actividades sociales. Un camino de más de 2 km de recorrido desde el recinto de la pirámide de la Luna hasta la Ciudadela. A ambos lados palacios y templos. Las pirámides del Sol y la Luna, el Palacio de Quetzalcoátl o el templo de la serpiente emplumada y el Palacio de los Jaguares.


Las últimas investigaciones arqueológicas apuntan que el ocaso de esa civilización, y el posterior abandono de cuanto fue y significó durante más de 700 años, se debió a una tensión social insoportable, solamente explicada por la enorme desigualdad social existente entre la élite y quienes sostenían esa sociedad.


Una revuelta social incontrolable fue la que acabó con el status quo y la estructura de poder, revelada por los signos de hollín y fuego que se repiten en todas las sofisticadas casas, que hoy se encuentran en las ruinas de la delicada Ciudadela, bellamente ornamentada y con frescos florales en sus fachadas. 

 

Entonces, ¿la desigualdad social conduce siempre a una tensión social insoportable que hace saltar por los aires la convivencia conocida hasta esos momentos?


Un reciente estudio, publicado el pasado mes de noviembre en la prestigiosa revista Nature, llevada a cabo por investigadores de 14 instituciones muestra la evolución de la desigualdad a lo largo de la historia posneolítica en Eurasia y América ayudándose del coeficiente de Gini.


Este coeficiente viene determinado por un número entre 0 y 1, que a veces se multiplica por 100, y que nos dice que el 1 es la desigualdad perfecta (una persona tiene todos los ingresos/ riqueza y los demás ninguno). Analizar lo que se desprende de este coeficiente por países nos hace más que pensar…


Pongamos el ejemplo de los países más desiguales: EEUU muestra un valor creciente desde el 0,8 hasta el 0,85 (según la fuente y el año) y China tiene un Gini de 0,73 (en comparación con España que tiene un 0,58).


Otros países como Grecia presentan un 0,56, Islandia un 0,38 y Noruega un 0,41.


Si tomamos Europa y EEUU, podemos decir que menos en Francia, hay un aumento de la desigualdad en todos los países. Destaca, como hemos visto, Estados Unidos, paradigma de economía poco regulada, donde la desigualdad es muy alta y continuadamente creciente.


En el caso de España, y a pesar de contar en la década de los 80 una desigualdad muy similar a la francesa, en el periodo que transcurre desde 1990 al 2011 nuestro Gini se sitúa en niveles comparables con el Reino Unido, en plena subida del índice como consecuencia de las medidas económicas adoptadas por Thatcher, es decir, la diferencia entre dos hogares tomados al azar creció un 20% de la renta media.

 

¿Son consistentes estos datos con la percepción que tenemos de esos países en términos de desigualdad?


Parece que existe una cierta correlación “intuitiva” por territorio. Asociamos una mayor igualdad en sociedades del centro y norte de Europa y una menor en lugares como EEUU y China.


Según Kohler, de la Washington State University e investigador principal del estudio mencionado junto a sus colaboradores (Greater post-Neolithic wealth disparities in Eurasia than in North America and Mesoamerica, Nature nº551, 619–622, November 2017), "la desigualdad altera de manera importante la sociedad que la provoca e incluso, puede llevarla al colapso" (como parece que fue el caso de Teotihuacan).


Además, “la desigualdad tiene un montón de efectos perniciosos sutiles sobre las sociedades”, dice Kohler después de haber estudiado 63 yacimientos arqueológicos en América del Norte, Europa, Asia y África en un rango de antigüedad que llega a los 11.000 años.


Entonces, ¿cuánta desigualdad podemos soportar?, ¿Cuánta soportaron nuestros antepasados?


Resulta curioso comprobar como la población humana cuando era cazadora y recolectora era mucho más igualitaria que ahora, con un índice Gini cercano a 0 (0,17) y la desigualdad entre pobres y ricos fue aumentando casi en la misma medida que las sociedades agrícolas y ganaderas iban evolucionando (desde 0,27 a 0,35).


Además, el estudio arrojaba otra conclusión preliminar, “las poblaciones mayores, con sistemas políticos más complejos (como Estados) y regímenes más autoritarios también resultaron estar más asociados con un mayor grado de desigualdad”.


Los valores más altos de desigualdad en la antigüedad, identificados en el estudio, se muestran en el periodo desde el 6.000 antes de Cristo y en el siglo I después de Cristo. Los valores del coeficiente Gini oscilan entre 0,48 y 0,60. En concreto, en nuestro “viejo mundo” la desigualdad descrita por un Gini era de 0,59.


Sorpresivamente muy similares a los valores ya comentados de nuestro mundo contemporáneo, España en particular (0,58) pero, significativamente inferiores a los, también mencionados, de China (0,73) y EE.UU (0,80-0,85).


No por casualidad, es en este último país donde se acuña un nuevo término: “billionaire” para denominar el club donde se concentran los que cuentan con una fortuna superior a los mil millones de dólares.


Son muchos colegas economistas los que asocian la implantación del neoliberalismo y el relajo regulador a una mayor desigualdad. Otros factores agregados como la globalización y e-commerce hacen que determinadas economías de escala alcancen valores nunca vistos antes (hace muy pocos días, el dueño de Amazon superaba a Bill Gates en la lista Forbes).


El gran problema, es que las sociedades donde la desigualdad es alta, la movilidad social para los individuos que la componen es baja. Hace mucho más difícil que por mérito, formación y trabajo se pueda “ascender” en la escala social. De manera, que los contenidos en cada estrato social de dicha escala tienden a perpetuarse y que cada escala se separe un poco más de la anterior y de la siguiente. Se conforman, entonces, “escalas estanco”.


Kohler nos indica que la tasa de movilidad ha caído más de 40 puntos porcentuales en solo 4 décadas. Desde un 90% para los nacidos en 1940 a un 50% para los que lo hicieron en los años ochenta.


Pero siendo, este dato suficientemente descriptivo, otros estudios han encontrado que las sociedades con desigualdad tienden a tener peor salud y sus habitantes son menos proclives a confiar los unos en los otros y están menos dispuestos a ayudarse entre sí, es decir, la solidaridad social tiende a ser menor.


“La gente necesita ser consciente de que la desigualdad puede tener efectos deletéreos en la salud, la movilidad, el grado de confianza o sobre la solidaridad social”, nos dice Kohler.


Es muy interesante, detenerse un instante en el adjetivo que utiliza, el autor del estudio, para describir los efectos de la desigualdad. Deletéreo significa “destructor”. El término hace referencia a aquello que es venenoso o mortífero. Que causa o puede causar la muerte por envenenamiento.


Hace referencia, pues, a una potencial muerte de nuestras sociedades contemporáneas por la desigualdad. “No nos estamos ayudando a nosotros mismos siendo tan desiguales”, añade.


Y es en este punto donde se conectan las dos historias de este artículo. La historia de Teotihuacan y la historia de la desigualdad.


Walter Scheidel, en su libro “The Great Leveler”, nos dice que la disminución de la desigualdad es extremadamente difícil de conseguir en una sociedad mediante procedimientos incruentos porque “usualmente viene acompañada de revoluciones, plagas o un estado de colapso”.


Si aceptamos que la desigualdad social actual es el resultado conjunto de diferentes factores interrelacionados, podremos actuar sobre ellos para mitigar o, incluso, revertir sus efectos “deletéreos”. A continuación, señalo algunos de ellos:  


  • la reducción de los precios del capital productivo que provoca una caída de la participación del trabajo en la renta

  • el nuevo paradigma tecnológico que sesga la demanda en favor del trabajo cualificado

  • la globalización y los cambios que ha provocado en el sistema tributario de muchos países reduciendo la carga fiscal sobre las rentas más altas

  • la influencia de una nueva corriente de pensamiento neoliberal en las políticas económicas

  •  y coyunturalmente, por efecto de la última crisis económica, los efectos negativos y crecientes, a este lado del Atlántico, en el Estado del Bienestar (incluidas las últimas reformas laborales)


El aumento en los índices de violencia, de conflictividad social y laboral son claros indicadores de ese malestar social asociado a la desigualdad.


Personalmente, no creo que sea el momento de “verdades ideológicas únicas” si no el de “un pragmatismo crítico” que, con la ayuda de la historia, nos ayude a identificar los errores que cometimos en el pasado para no repetirlos en una suerte de amnesia colectiva y global.


La precariedad laboral que existe en nuestro país y en otros países de nuestro entorno no es un hecho del que estar orgullosos y, menos aún, cuando lo comparamos, por ejemplo, con el aumento retributivo de quienes conforman los consejos de dirección y altos ejecutivos del IBEX 35.


Según un estudio publicado por PWC, su retribución mínima subió en el pasado 2016 un 6% hasta los 121.734 euros mientras que la máxima creció un 11% hasta los 218.838 euros.


Mientras tanto, el salario medio en España subió un 1,1% en 2015, situándose en 23.106 euros, y donde el propio INE señala que el salario más repetido, no la media, fue de 16.500 euros anuales. Es decir, 6.000 euros menos que su valor medio.  


Si nos centramos en el sueldo de los más jóvenes, el valor empeora notablemente y no llega a los 10.000 euros al año.


Pero, siendo dos realidades objetivas que nos perfilan los límites de la realidad salarial en cada extremo opuesto, es innegable que estamos asistiendo a un intenso proceso de devaluación salarial que comenzó en 2009 y que ha afectado más directamente a los trabajadores y mandos intermedios que a las posiciones de dirección.


Así concluye el informe Evolución Salarial 2007-2015, elaborado por el grupo ICSA y la escuela de negocios EADA, en donde han tenido en cuenta 80.000 datos de remuneraciones de empresas públicas y privadas.


 “Deberíamos de estar muy preocupados si en los EEUU el coeficiente de Gini alcanza un valor alto, porque podríamos estar invitando a una revolución o facilitando un estado de colapso. Sólo hay unas pocas cosas capaces de disminuir nuestro Gini dramáticamente”, nos adelanta Kohler.

 

Artículo realizado por Javier Espina Hellín CEO QLC SLP, doctor en Ingeniería de Sistemas de Información y titulado en empresariales con nº colegiado 11.534

 

Fuentes y referencias: http://www.historiayarqueologia.com/2017/11/caballos-de-guerra-y-cerdos-el-origen.html, http://neofronteras.com/?p=5834

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