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Cómo llevar a cabo proyectos conjuntos gracias al trabajo en red

Uno de los aspectos más gratificantes que lleva aparejada la actividad internacional y profesional es la posibilidad que me ofrece de poder entrar en contacto con un nutrido número de colegas que integran lo que podemos llamar comunidad empresarial y académica internacional.

Por su interés personal, diversidad y heterogeneidad cultural es uno de los activos que más valoro en mí día a día.

Probablemente, el hecho de haber estado inmerso en la elaboración y defensa de una tesis doctoral, me ayude a apreciar, con mayor detalle, la magnífica y sólida cualificación que tienen mis colegas en su específico campo de actividad y la dedicación absoluta hacia sus alumnos y a los proyectos de investigación que dirigen o participan. No olviden que un director de tesis hace un enorme trabajo, que le lleva muchas horas a lo largo de varios años, sólo por "honor" y a cambio del agradecimiento infinito de su doctorando (pero sin ninguna contraprestación dineraria). ¿Lo pueden creer en nuestros días?

Hace pocas semanas, y aprovechando una de las actividades sociales orientadas al fortalecimiento de las relaciones entre nosotros (networking) que contienen en su programación todos los congresos internacionales, le preguntaba a uno de mis compañeros de mesa, neurofisiólogo, durante un acto de gala, si era posible determinar qué áreas de nuestro cerebro están especialmente involucradas en la toma de decisiones y, si este proceso era observable. Me contestó que no solamente era posible, sino que podían ser observadas en tiempo real mediante el planteamiento al paciente de problemas lógicos durante una prueba de imagen computerizada no invasiva.

Sin embargo, y aunque sus comentarios eran muy precisos en el estudio de determinadas conductas anómalas en la toma de decisiones con incertidumbre, lo que me llamó más la atención fue un comentario suyo, marginal, que hizo a propósito de uno de los rasgos que se ha mantenido inalterado, dentro de cada uno de nosotros y que se ha constituido en algo esencial para nuestra propia evolución. La curiosidad y la necesidad, que tenemos, por encontrar el porqué de las cosas.

Esa misma necesidad de encontrar respuestas es la que nos conduce a buscar la verdad de cuanto nos rodea a través de diferentes caminos: la observación, la persistencia en la búsqueda, la acumulación de experiencia y la investigación.

La ciencia no puede ser entendida, solamente, como la acumulación de conocimientos específicos, en diferentes áreas concretas, con un objetivo de “producto final” sino como un proceso subjetivo construido, a través de la aportación individual o colectiva (afectada por un determinado ámbito cultural, social e incluso factor filosófico o religioso) de cada uno de los que participan de ese y en ese conocimiento, y que tiene como origen una simple pregunta: ¿Por qué?

En palabras de Leibniz, “saber es no sólo por qué las cosas son como son, sino también por qué no son de otro modo…”

El “hombre contemporáneo” emplea su tiempo en buscar alternativas y soluciones que satisfagan las necesidades globales que plantea la sociedad actual.

Organizaciones públicas y privadas, corporaciones, empresas e instituciones académicas, financiadas por accionistas, benefactores o con nuestros impuestos destinan grandes cantidades de dinero y recursos en investigación. Necesitamos saber y entender cómo funcionan aspectos tan diversos como la globalización, la elevación de la productividad, la construcción de confianza en los mercados financieros, la internacionalización o la innovación tecnológica.

En la quinta edición del libro de John Elliott, Investigación–acción en educación, de la editorial Morata, comenta que el conocimiento científico y cultural acumulado es un instrumento imprescindible para apoyar la reflexión del investigador pero no para sustituirla. Además, enfatiza, la necesidad de pasar de la reflexión individual a la reflexión cooperativa para llegar a desarrollar conocimientos prácticos que emergen de la reflexión, el dialogo y el contraste permanente.

Esta fórmula, quizá sea una de las razones junto a los avances tecnológicos que experimentamos cotidianamente, por las que, en cualquier área del saber que se nos ocurra, los avances se suceden a una velocidad creciente. La ingente capacidad de búsqueda, actualización y acumulación de información, la velocidad en su procesamiento y transmisión, la superación de las limitaciones espaciales, la utilización simultánea de múltiples soportes en imagen, texto y sonido son elementos que explican, aunque no por sí solos, dicha fertilidad.

Por tanto, su utilización en el mundo académico, nos obliga a redefinir los conceptos básicos de tiempo y espacio en investigación y educación. El tiempo cronológico no coincide con el dedicado simultáneamente por un amplio equipo investigador y el espacio no puede circunscribirse a un aislado laboratorio o aula de tal universidad, sino a un conjunto de países y a una larga lista de instituciones de enseñanza superior.

El poder del trabajo comunitario, incluso en modelos transnacionales, bajo un esquema bien programado, planificado y consensuado con los diferentes equipos inmersos en la investigación conjunta es inmenso; al tiempo que se reducen los costes operativos, financieros, de oportunidad…

Los modelos que más frecuentemente nos encontramos conjugan diferentes actores en su diseño. Juntos trabajan instituciones públicas y organismos privados que se agrupan persiguiendo un único objetivo. Algo nada novedoso en la empresa privada ya que, incluso, tiene forma jurídica concreta: Unión Temporal de Empresas (UTE).

Nuestro Plan Nacional de Investigación Científica, Desarrollo e Innovación Tecnológica (I+D+I), es un ejemplo que, aunque opera en un solo territorio, España, dibuja un marco de financiación basado en redes de investigación, con la participación de centros públicos dependientes de cada comunidad autónoma, grupos, institutos y otros organismos y empresas privadas.

En otra escala, pero también conjugando los intereses de centros privados como escuelas de negocios y otras universidades, centros públicos y privados, de diferentes países se pueden desarrollar modelos de trabajo que nos permiten operar en otras zonas del mundo como las dos Américas, Europa o China a través del diseño de proyectos de emprendimiento, microemprendimiento, de dobles titulaciones en el grado y en el postgrado o máster o proyectos de investigación conjunta en el ámbito de la empresa privada y académica.

Un punto esencial a tener en cuenta en este tipo de desarrollos son los mecanismos de coordinación y comunicación que tienen que articularse debido a la heterogeneidad, dispersión y distribución geográfica de los integrantes de la red, así como de las tecnologías que permitan el intercambio multinivel de información, la comunicación con los emprendedores o docentes, su acceso y protección compartida.

A cambio, el grado de aprendizaje mutuo entre colegas, el ambiente internacional, la adopción de modelos externos de gestión, la enorme potenciación del talento, la capacidad de contraste y análisis y la exploración de nuevas líneas de negocio hacen que la primera vez sólo sea eso, la primera de muchas más…

 

Artículo realizado por Javier Espina Hellín CEO QLC SLP

¿El mundo es un pañuelo?: relaciones públicas, inteligencia emocional, “networking”y ley de seis grados de separación.


¿Qué factor es el más relevante en el éxito profesional?


¿Nuestra vida profesional es el único fruto del esfuerzo académico hecho durante años? En otras palabras, ¿un expediente académico brillante es garantía de una exitosa vida profesional?


Probablemente no.


Cuántos de nosotros no hemos tenido un compañero de clase, en la universidad e incluso en el colegio, inteligente, capaz, superdotado y años más tarde, cuando, por el azar, le has vuelto a ver, te sorprendes de cómo le ha tratado la vida. ¿Por qué las expectativas racionales que habíamos depositado sobre su futuro no han sido alcanzadas?.


Este tema ha sido y es largamente tratado por diferentes autores de muy distinto proceder académico. Hay psicólogos, neurocientíficos, sociólogos e, incluso, matemáticos, que se han embarcado en una carrera de experimentos y pruebas empíricas que den explicación a este tipo de paradojas.


Pero es Daniel Goleman, quien revoluciona el ámbito de la psicología clásica porque cuestiona la prioridad que siempre ha tenido el intelecto en la valoración personal del individuo. Su explicación es sencilla, fácil de entender al tiempo que consistente e irresistiblemente real.


En su libro se explica el porqué de la divergencia entre el coeficiente intelectual (CI) y el éxito personal o profesional. Siguiendo un curioso principio de Pareto, un apenas 20% del éxito vital depende de la inteligencia (expresada bajo un valor numérico o CI) siendo el 80% restante responsabilidad de la inteligencia denominada “emocional”.


Nuestra habilidad para la auto motivación, la persistencia, el control de nuestros impulsos, nuestro sentido del humor, la empatía y el arte social son algunos de los aspectos que se esconden bajo la denominación genérica de “inteligencia emocional” que el autor reconoce como un concepto prestado de Peter Salovey.


Cuando, ya hace algunos años, leí este libro mi resistía a creer que bajo nuestra sofisticada y evolucionada apariencia racional modulada cultural y socialmente se escondía, siempre bajo la opinión del autor ( a alguien hay que echarle la culpa), un primitivo cerebro de reptil dominado por un sistema emocional de reacción instantánea, que casi como un reflejo, “manu militari” expeditivamente desde la profundidad del sistema límbico y, con base operacional, en la amígdala e hipocampo se impone a la voluntad consciente que, al menos yo, creía dominar.


¡Menuda sorpresa!


La autoimagen que nuestro entorno conductista me había hecho creer hasta entonces quedaba reducida a un simple catálogo de emociones básicas: placer, disgusto, ira, felicidad, sorpresa, tristeza y miedo.


Todos ellos, convenientemente guardados en asociación con recuerdos emocionales.


Lo cierto, es que la “inconveniente” sorpresa inicial se fue tornando en una aceptación tácita, a medida que iba descubriendo al avanzar en sus capítulos, conceptos clásicos incardinados en la herencia cultural occidental.


Aquello de “conócete a ti mismo” de Sócrates,”cuidado e inteligencia en el gobierno de la propia vida” de Platón, “el justo medio” de Aristóteles y la “templanza” de nuestra tradición cristiana toman, de nuevo, forma en los cinco puntos en los que Goleman fundamenta la inteligencia emocional:


  1. El conocimiento de las propias emociones y piedra angular, para el autor, de la inteligencia emocional.

  2. Capacidad de control emocional.

  3. Saber motivarse a uno mismo.

  4. Reconocimiento de emociones ajenas (empatía)

  5. Desarrollo de “habilidades interpersonales” (comunicación, compromiso, cooperación, etc), como motor impulsor de las relaciones sociales.


De manera que, aquel que es capaz de saber interpretar la enorme y compleja sutilidad del lenguaje corporal, el tono de voz, las expresiones faciales de manera adecuada, e intuir acertadamente los sentimientos del otro y controlar, al tiempo, su propio y primitivo “polvorín” emocional, se conforma en individuo competente en su ámbito social, lo que unido a su otra competencia profesional le posiciona como candidato “elegible” de ese éxito vital que mencionábamos antes.


Por tanto, saberse conducir e interconectar en el, cada vez más extenso y global, ámbito o red social, como nos señala Goleman, es esencial. Tenemos que aprender a aprovechar las oportunidades que nos ofrece el “networking” o lo que nuestros padres denominaban “hacer contactos”, o “tener amigos” o valedores ”hasta en el infierno”.


La construcción de relaciones cara a cara (“face to face”) se apoya en una buena actitud, un lenguaje corporal adecuado y consonante con nuestro estado de ánimo y convicciones, además, del conocimiento o intuición acertada del interlocutor, el establecimiento de un grado de afinidad y la comunicación eficaz.


Un punto importante es la consonancia entre lo emitido y lo sentido, entre lo que queremos comunicar y lo que somos. No se puede engañar a este nivel de percepción. Somos capaces de percibir, inconscientemente, una mínima divergencia entre ambos factores de igual manera, y al mismo nivel perceptivo, que nuestras mascotas son capaces de identificar el miedo que producen en alguno de nuestros invitados, sólo con su presencia, cuando llegan a nuestra casa. Se dice que el perro “huele” el miedo que despierta.


El lenguaje corporal, por su parte, envía señales eficaces que pueden crear una imagen positiva o negativa de nosotros mismos.


Una presencia positiva puede ser definida por los siguientes cuatro factores:

  • palmas abiertas hacia arriba

  • contacto visual natural

  • sonrisa cálidamente acogedora

  • y saludo de bienvenida agradable (donde se incluya el nombre de la persona recibida).


Existen multitud de pequeños detalles que debemos conocer para poder mejorar nuestra habilidad social (como el manejo del tono, volumen, ritmo, entonación y fluidez verbal) para que el “networking” sea efectivo y seamos capaces de crear un diálogo que propicie una comunicación eficaz. Preguntemos, de manera que las respuestas sean abiertas y nos reporten información que sepamos utilizar a través de la denominada “escucha activa”, es decir, que nuestro interlocutor sea consciente que está siendo escuchado y no, ferozmente, interrogado.


Nuestro entorno o ámbito relacional es mucho más amplio de lo que podemos imaginar. De hecho, nuestro nivel de interrelación es increíblemente alto y denso. Aquello que oíamos a nuestras abuelas de “el mundo es un pañuelo” nunca ha sido más cierto y ajustado en términos científicos.


Existe una teoría conocida como “seis grados de separación” que prueba que dos individuos cualesquiera en el mundo, están conectados a través de una cadena de conocidos que no tiene más de cinco intermediarios relacionados por seis enlaces.


La teoría fue enunciada en 1929 por Frigyes Karinthy mediante un cuento que tituló “Cadenas” (Chains), aunque su ratificación experimental no llegó hasta muy recientemente, el 2008, cuando Microsoft llevó a cabo un estudio específico para probar su existencia.


El concepto que desarrolló Karinthy, se basa en el crecimiento exponencial de “conocidos” a medida que se avanza en una cadena de seis relaciones.


Esta idea es la que toma el sociólogo Duncan Watts y la trabaja en su libro “Six Degrees: The Science of a Connected Age” en donde nos expone sus conclusiones a través del siguiente ejemplo: cada uno de nosotros conoce entre amigos, familiares, compañeros de trabajo, vecinos, en torno a unas 100 personas como término medio. Si cada uno de esos “conocidos”, de nuestro círculo más privado, conoce a otras 100 personas, cualquiera de nosotros tendría acceso a unas 10.000 personas más, con tan solo pedir a un amigo nuestro que les haga llegar un mensaje, recado o documento.


Pero, estos 10.000 “nuevos conocidos” son el contacto del segundo nivel. Si seguimos el mismo razonamiento, estos 10.000 conocerán, como media, a otros 100. La red de conocidos acaba de ser ampliada a 1.000.000 en un tercer nivel, a 100.000.000 en un cuarto nivel, a 10.000.000.000 en su quinto nivel y a 1.000.000.000.000 en el sexto paso o sexto grado de separación. Es decir, que podríamos establecer cualquier tipo de comunicación con cualquier persona del planeta.


Llegados a este punto, pensé que en teoría si parecía posible, al menos numéricamente, pero que en su aplicación práctica la cosa no sería tan evidente.


Volvamos al estudio que Microsoft realizó en el 2008 aunque con datos ciertos del 2006.


Comenzaron el estudio con una hipótesis y unos datos poblacionales y de relación: dos personas se conocían si habían intercambiado un mensaje de texto como mínimo, y utilizaron 30.000 millones de “conversaciones electrónicas” de 180 millones de usuarios de su Messenger (un servicio de mensajería electrónica de la marca) para intentar conectar pares de individuos.


El estudio concluyó que cualquier par de usuarios estaba interconectado por una media de 6.6 grados de separación o lo que es lo mismo 6.6 niveles de esa cadena de “conocidos”. El 78% de los pares de usuarios estaban conectados en un intervalo de 7 niveles o menos. Un número realmente impresionante por el volumen de pares que representa. Es también cierto, que algunos pares necesitaron hasta 29 niveles para encontrar relación.


Eric Horvitz y Jure Leskovec, responsables del estudio, habían demostrado la teoría de los 6 grados de separación con una muestra muy representativa en términos estadísticos (180 millones de usuarios y 30.000 millones de conversaciones).


Recuerdo una conversación a los pies del lago del volcán de Villarrica, en el sur de Chile casi en la frontera con Argentina, cuando en una conversación con mi colega Hernán, de la Universidad Autónoma, a resultas de una pregunta suya sobre mi experiencia docente, sucedió algo impredecible. Le comentaba que por razones de mi propia actividad internacional y de no poder comprometerme a un ritmo regular de impartición, solamente podía intervenir en, contadas ocasiones, en seminarios de toma de decisiones y resolución de problemas contenidos en formación “in company” para directivos.


Fue en el detalle de los casos prácticos, ejemplos, metodología cuando le explico que también utilizo la teoría de juegos a un nivel introductorio por su complejidad matemática. En este punto, comienzo a relatarle, la vida difícil, genial y dramática, a partes iguales, de John Nash, matemático ilustre, que obtuvo el premio Nobel de economía por las aplicaciones que en este campo tuvo su teoría. Él me escuchaba con atención, abundaba en mis notas biográficas con precisión de cirujano, fechas e, incluso, detalles del hijo del propio Nash… mi sorpresa fue descomunal cuando me confirmó que no sólo le conocía personalmente sino que formaba parte de su círculo más íntimo como consecuencia de un matrimonio habido en la familia.


¿Cuál era mi grado de separación con el propio Nash? Un singular y excéntrico investigador matemático del que no conocía más que su teoría de juegos y que en el transcurso de una, intrascendente, conversación en el jardín de la casa de vacaciones de mi colega soy consciente que puedo tener acceso directo a él como profesor de una prestigiosa universidad, Princenton University, gracias a la generosa y personal presentación de un amigo “familiar” suyo.


Por tanto, el valor que tiene en nuestras vidas personales y profesionales las redes de contactos y la capacidad de interrelación que mostremos con sus miembros, gestionando adecuadamente nuestra inteligencia emocional puede marcar un antes y un después en nuestra propia vida. Un nuevo punto de discontinuidad.


El saber utilizar, dirigir y cuidar, la red que continuamente estamos “tejiendo” y generando en nuestro devenir diario es, probablemente, lo más complejo a lo que nos enfrentemos jamás porque no somos conscientes ni de la enorme responsabilidad que tenemos que administrar en su uso, ya que operamos el control directo en una sola de las etapas, ni de la exagerada potencia y repercusión que puede llegar a tener ya que, al fin y al cabo, el mundo es un pañuelo, un pañuelo de seis eslabones, en el peor de los casos…. A veces es un pañuelo que se dobla en dos dibujando un pliegue longitudinal, que atravesando los Estados Unidos de Norteamérica, cierra en una sola figura Chile y España.


Inteligencia emocional, relaciones públicas y networking un cóctel de sólo tres ingredientes y un verdadero arte a cultivar. ¿Será por eso por lo que el éxito es, en ocasiones, esquivo y algo caprichoso?

 

(ver gráfico)

 

 Artículo realizado por Javier Espina Hellín CEO QLC SLP

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